miércoles, 7 de mayo de 2008

Shanghai: El Mercado de la Confección (día 12)

Desayunamos en la pastelería, esta vez con más suerte en la selección de los bollos y con algo más de experiencia en la preparación de un café decente. Habíamos quedado en torno a las 11:00 en el Fabrik Market, que está muy cerca del Silk Market o Mercado de las copias. El día anterior nos habían escrito la dirección en chino, de modo que no tuvimos ningún problema en el taxi. además, parece ser que no hay taxista en Shanghai que no conozca los dos mercados.

 

Llegamos pronto, fuera del edificio hay un montón de gente ociosa, puestos de comida, etc. y también bastantes mendigos que no aceptan un no (Pu Yao) por respuesta: te acosan y te acosan y te acosan... decidimos entrar y dar una vuelta. Enseguida me di cuenta de que, si no me andaba con ojo, ese mercado podía suponer mi ruina...

 

El Fabrik Market, como el Copy Market, son edificios gigantes, como un Corte Inglés, llenos de puestos con  toda clase de productos. En el caso del Copy Market, se trata de falsificaciones, copias, etc. y en el caso del Fabrik Market son puestos de ropa, algunas copias y otras no, y de miles de telas diferentes, tanto de seda como de otros materiales.

 

La ropa que se puede encontrar allí va desde el más puro estilo y diseño chinos, como el típico vestido mandarín y otros modelos similares, hasta el más puro estilo occidental.

 

Allí van tanto turistas como chinos a hacerse ropa a medida. Esisten diferentes opciones: llevar uno mismo un modelo que le siente bien para que se lo copien en tal o cual tela; llevar una fotografía de un modelo para que lo copien, o un patrón, o elegir uno de los modelos expuestos en la tienda y hacerse uno igual a medida.

 

En todos los casos se toman las medidas del cliente, éste escoge la tela, del mismo puesto o de otro cualquiera, la compra, se la da al sastre en cuestión que ha tomado las medidas, se paga un adelanto y a la semana (a veces incluso menos), si uno sigue allí, va a probarse la prenda para hacer los últimos retoques. Si, como fue mi caso, uno tiene que irse antes o no va a estar allí el tiempo suficiente, lo normal es saltarse el paso de la última prueba y confiar (mucho) en el chino, en su buen hacer, y en su buena fe, para que te envíe el producto previo pago del importe completo del mismo, incluido el precio del envío.

 

Yo quería un traje de corte chino, de seda, para ir a una boda que tengo en unos meses, así que elegí el modelo, que era una mezcla de otros dos expuestos, la parte superior de uno y la parte inferior del otro, y busqué una tela que me gustara. En el mismo puesto no había nada que me convenciera, así que le preguntamos al sastre cuántos metros de tela necesitaría para hacer el vestido y fuimos a buscarla en otros puestos.

 

Recorrimos dos o tres en busca de algo que ni yo misma tenía claro. Al final, el amigo de mis padres me enseñó una que me encantó. Era marrón oscuro con unos detalles bordados en dorado, en forma de ramitas de bambú. Tenía el toque, pero no era excesivamente “china”. Además, la seda era bastante gruesa, muy bonita. pagué 200 yuan (20 euros) por 4 metros de tela, previo regateo insufrible.

 

Volvimos al puesto del sastre que me había tomado las medidas y le dimos la tela y pagamos una señal, acordando antes (nuevo regateo) que el precio total de la confección sería de 250 yuan (25 euros).

 

En total me iba a hacer un traje de seda a medida por 45 euros. ¡Increible! Bien es cierto que el riesgo de que no me quedase bien era alto, podían fallar las medidas como podía fallar el modelo, pero valía la pena intentarlo.

 

El vestido lo recogería la hija de los amigos de mis padres y me lo mandaría ella. Llegó el otro día a mi casa y es precioso. Me daba terror probármelo por si no me estaba bien, pero finalmente le eché valor y la verdad es que me queda como un guante, ni una arruga,, ¡y encima me sienta bien! Me salió un poco más caro porque durante el envío inspeccionaron el paquete y me cobraron impuestos de importación o algo así. En total, el vestido, con el envío y los impuestos, habrá costado unos 150 euros, lo que sigue siendo una auténtica ganga...

 

Los amigos de mis padres recogieron las prendas que habían encargado: blusas y un par de chaquetas para ella y un par de trajes de chaqueta para él.

 

Nos recomendaron ir a comer a Xintiandi, que resultó ser una zona muy occideentalizada, con un par de callecitas muy monas llenas de restaurantes muy pintones, tailandeses, japoneses, americanos... Como hacía un día muy bueno nos sentamos en una terraza (no muy convencidas, la verdad, porque nos sentíamos bastante lejos de la china “china”) y, rodeadas de occidentales que comían hamburguesas, pedimos el único plato oriental de toda la carta.

 

Nos sentó bien la terraza y el sol, pero en cuanto terminamos de comer nos fuimos a la Ciudad Antigua para ver los jardines. Allí pasamos por el puente de los 9 codos o 9 esquinas, que se supone que sirven para impedir que los malos espíritus pasen o te sigan. Volvimos, sin malos espíritus detrás, a los puestos con la intención de seguir de compras, pero aquella tarde ya estábamos agotadas de regateo y más regateo y se nos quitaron las ganas hasta de comprar... Decidimos que iríamos al Copy Market en Beijing y que allí compraríamos todas las cosas que teníamos pendientes.

 

Cenamos en un restaurante cerca del hotel, uno al que le habíamos echado el ojo, que tenía pinta de cutre pero que prometía por el olor y las fotos de los platos. Efectivamente, cenamos muy bien, estaba todo muy rico allí.

 

Después de cenar volvimos al hotel y decidimos salir a buscar el garito donde nos darían de beber gratis por ser chicas, en la People’s Square. A parte de que la mitad de People’s Square estaba en obras, la Plaza es un jardín muy grande y no encontramos ningún sitio que respondiera a la descripción. Seguimos a los jovenzuelos, pero nada, allí no había nada. Así que cansadas y con la perspectiva de un vuelo a la mañana siguiente, dimos un paseo por las calles del Shanghai nocturno, lleno de luces y neones volvimos al hotel donde ni el zumbido de los aparatos de aire acondicionado pudo con nuestro sueño.


Esta última foto es del edificio que llamábamos "la flor de loto", muy cerca de nuestro hotel.


martes, 6 de mayo de 2008

Shanghai: La Ciudad Antigua (Día 11)

Desayunamos en una pastelería que había cerca del hotel. Los bollos, dulces y salados, engañan. Puedes acertar o no. Lo mismo puedes coger uno delicioso que uno de arenques... El café, bastante malo, lo arreglamos a base de leche con sabor a café, que vendían allí mismo.

 

Después de desayunar paseamos de nuevo por el Bund. Había muchísima gente, tanta que parecía un día festivo. Había un montón de cometas y de gente vendiendo juguetes y otras tonterías. El ambiente era muy agradable.

 

En nuestro paseo vimos unos pasteles inmensos que algunos chinos transportaban en el remolque de sus bicicletas. Eran del tamaño de una cuna y los vendían por pedazos o al peso, no se bien... Pero eran muy vistosos (y también muy poco apetecibles...)



También vimos varios de los famosos andamios de bambú, que es realmente algo digno de ver...



Al rato nos topamos con la taquilla para los tickets del paseo en barco por el río; 5€ de día, 10€ de noche. Si merece la pena o no por la noche, lo ignoro, pero lo que es por el día no vale el esfuerzo. El caso es que ves exactamente lo mismo que ves desde la orilla. El paseo dura una hora.

 


Después buscamos un sitio para comer que venía en la Lonely Planet, pero para variar no lo encontramos y en el Captain Hostel (que no tiene mala pinta, por cierto, y donde son muy amables en recepción) nos informaron de que el sitio estaba cerrado. Acabamos comiendo, como de costumbre, en el primer sitio que nos pareció bien: Shanghai Grandmother Restaurant. Estaba muy rico y probamos la anguila con salsa de soja y castañas.

 

La tarde la pasamos de compras (¡Por fin! Nos pasamos toooodo el viaje reprimiendo impulsos para no quedarnos sin dinero y no ir demasiado cargadas de regalos y compras, pero ya en Shanghai pudimos dar algo de rienda al gasto) en la Ciudad Antigua.

 


En la Ciudad Antigua te reencuentras con los tejados tradicionales en forma de pagoda que, de alguna forma, añoras en Shanghai. Está toda reformada, y es ordenada y bonita, repleta de tiendas y puestos. Compramos un montón de cosas. Lo primero, una mochila para poder meter dentro toooodas las compras posteriores. Palillos, pinceles (normales y gigantes), camisas, batas con dragones, y por supuesto: bolsos.

 


Aquí sí es una experiencia seguir al chino o a la china que te susurra, enseñándote un pedacito de papel con fotos de bolsos y relojes, “plada, vuiton, lolex, cheap, cheap, lady look”.




Se metían por callejuelas que conducían a aunténticos Hutones, oscuros, sucios, con ancianas lavando en un lavadero público o cocinando, con puestos de comida pequeños e inmundos (pero que olían estupendamente)... Entrabas en casas aún más oscuras, con suelos de tierra y, de pronto, al abrir una puerta de las casas oscuras y destartaladas, entrabas en la sección de complementos de El ConteInglés. Habitaciones forradas de madera de pino con expositores a juego e iluminadas por alógenos.

 


Era como entrar a otro mundo, los expositores llenos de bolsos, carteras de mujer y caballero y relojes de las mejores marcas: Prada, Hermes, Vitorio & Luccino, Dolce & Gabanna, Rolex, Mont Blanc, Salvatore Ferragano...

 

Además estos locales estan llenos de guiris, pero sobre todo españoles, con lo que te sientes aún más en el CorteInglés. Y con tanta estrechez y tantísima gente apiñada, el chino que te está enseñando el Prada de turno saca un mechero, lo enciende y lo pasa por el bolso. Un truco como otro cualquiera para demostrarte que la piel es buena, pero tu piensas “¡¡¿¿Qué haces chino??!! A ver si podemos salir todos ardiendo, hombre!!!” Los bolsos, en función del tamaño y la calidad los puedes sacar por entre 10 y 20 euros.

 

Las mochilas cargadísimas, volvimos, algo agobiadas y cansadas ya de compras, al hotel, donde nos cambiamos para ir a cenar con unos amigos de mis padres y su hija, que está estudiando en Shanghai.

 

Habíamos quedado en el Raddington Hotel, que es un edificio que parece que tiene un ovni en todo lo alto. Está en uno de los lados de la People’s Square (lo pongo en inglés, porque lo de la Plaza del Pueblo, la verdad, queda poco serio...). Cogimos un taxi desde nuestro hotel y cuando llegamos me di cuenta de que me había dejado la cartera en la habitación. En cualquier otro sitio del mundo esto podría ser una tragedia, pero en China no. Como teníamos tiempo paramos otro taxi, fuimos al hotel, recuperé mi cartera y, de nuevo en taxi, llegamos al Raddington. Toda la gracia nos debió costar 4 euros...

 

Encontramos a los amigos de mis padres con su hija esperándonos y nos llevaron a cenar a un restaurante que conocían ellos. No recuerdo el nombre pero la comida estaba muy rica. Pedimos el pez divertido (Carpa Agridulce) que tanto echábamos de menos y lo que más me gustó fueron las bolas de dragón calientes. Ignoro cómo se llaman en chino, pero son unas empanadillas (dumplings) rellenas de carne y sopa caliente. Las traen en un recipiente de bambú, hechas al vapor y hay que mojarlas en vinagre antes de comerlas. Por cierto, hay que tener mucho cuidado porque al morderlas sale la sopa de dentro, que está ardiendo y te puedes abrasar la lengua. Están buenísimas.

 

Nos dijo la hija de los amigos de mis padres que en Shanghai las mujeres beben gratis todos los días de la semana, que sólo hay que saber dónde ir y qué día... Los martes a un sitio, los miércoles a otro... y así sucesivamente. Nos dijo que al día siguiente podíamos ir a un local que había en la misma plaza, un sitio de ambiente mejicano. Ella hacía un año que no iba pero decía que estaba muy bien. Decidimos que iríamos.

 

También quedamos en vernos al día siguiente para ir al Fabrick Market, pues ellos tenían que ir a recoger algunas prendas que habían encargado y nos recomendaron efusivamente ir.

 

Después de cenar, agotadas, nos retiramos a nuestra habitación del hotel, donde fuimos víctimas del zumbido atronador de los aparatos de aire acondicionado... parece ser que todos daban a nuestra ventana.

miércoles, 2 de abril de 2008

Shanghai: El Bund y el Pudong (Día 10)




Nos levantamos y nos fuimos directamente al aeropuerto, con la idea de desayunar allí, dado la calidad lamentable del desayuno del hotel. Antes de devolvernos los 100 yuanes del depósito de la llave del hotel, mandaron a alguien a chequear la habitación, no fuera a ser que hubíeramos hecho uso de los condones y los aceites y nos fueramos a ir sin pagarlos...

 

Fuimos en taxi al aeropuerto, como siempre, pendientes de que no se nos sobara el conductor... El aeropuerto de Guilin es muy pequeñito, y caro, así que las posibilidades de desayuno quedaron reducidas a dos: café de 6 euros o fideos aun precio más normalito. Elegimos los fideos y una coca cola.

 

Aterrizamos un par de horas más tarde en un Shanghai con niebla. En el aeropuerto, y siguiendo indicaciones de la Lonely Planet (en combinación con dos cerebros que hacían por despertarse), cogimos el autobús 925, que se suponía que nos dejaba cerca de nuestro hotel, yendo por la calle Yan’an.

 

La jugada nos salió bastante bien (20 yuan el autobús) y nos habría salido mejor si nos hubiéramos bajado en nuestra parada. Nos bajamos bastante antes de tiempo, así que cogimos un taxi que terminó el trayecto hasta el hotel.

 

El hotel (Chuangye Hotel) está en el Bund, en la misma calle Yan’an (Este), 128, pero como escondido en un callejón. Las habitaciones están bien. Limpias y cómodas, aunque la nuestra tenía un serio problema de ruidos debido a que daba a un callejón lleno de aparatos de aire acondicionado. Lo consideramos un mal menor (después de Guilin fue sencillo. Ya era bastante que en este no vendían condones ni aceites y además no olía a rancio) pues se podía solucionar con la dosis suficiente de cansancio...

 


La gente en el hotel no sabemos si es que era borde, era estúpida o no tenía ni papa de inglés. En todo el tiempo sólo hubo un tipo que nos atendió correctamente.

 

Dejamos los trastos y maletas (sombrero chino incluido) y nos tomamos un merecido descanso en el hotel. Después nos tiramos a la calle a pasear por el Bund. Estábamos muy bien situadas, la verdad. Muy cerca del río, desde donde puedes contemplar el Pudong, con todos esos rascacielos y edificios futuristas y la Perla de Oriente, que es feísima, pero que no deja de ser un emblema de la ciudad.

 




Allí estuvimos, viendo cómo los edificios se perdían en la niebla hasta el punto que no se veía el final, muy Blade Runner. Paseando, nos dimos de bruces con una de las atracciones que menciona la guía: el Túnel Panorámico. Es una de las formas de cruzar el río para ir del Bund al Pudong. El ticket de ida y vuelta cuesta 5€ y es una tomadura de pelo, pero una tomadura de pelo simpática.

 


Son unos vagones acristalados e independientes. El túnel, que circula bajo el río, está forrado con luces multicolores y efectos de luz y color. Además, como en el túnel de la bruja, hay una locución en chino que, se adivina, pretende atemorizar. Entonces, varios muñecos de estos que son de aire que mueven los brazos hacia arriba espasmódicamente y que están atados entre las vías del tren, se te echan encima. Es todo muy naif, pero el caso es que llegas al Pudong, ves la Perla y los otros edificios desde abajo, y con las mismas, y yo ya muerta de hambre, te vuelves al Bund.

 

Una vez más, confiamos en la Lonely Planet para buscar un buen sitio para cenar. La recomendación era “celebrar que estás en Shanghai en el M on the Bund”, un restaurante de moda, de lo más chic, en el séptimo piso de un edificio en el Bund. Se aconseja reservar, pero nosotras nos plantamos allí con las mismas y con unas pintas de mochileras que echaban para atrás.

 

Supongo que ser occidental te abre puertas en estos sitios, porque yo no me hubiera dejado pasar con las pintas que llevábamos... El sitio es una pijada, un restaurante bien, vamos. La gente iba muy arreglada, algunas hasta con las lentejuelas, los trajes de noche y todo...

 

Nos guardaron los abrigos y nos sentaron en una mesa para dos. Nuestra mesa no daba al ventanal desde el que se ve el Pudong, pero no importaba, porque estábamos caninas y nos habían dejado en la mesa una cestilla con pan (¡¡¡PAN!!!) y un cacharrito lleno de mantequilla. Intentamos ser discretas, pero al final, antes de que vinieran a tomarnos nota, habíamos dado cuenta de medio cestillo.

 

En la carta (no precísamente china) hay platos griegos y marisco del País Vasco, entre otros. Nosotras pedimos el combinado de platos griegos, pato y no recuerdo qué más, pero estaba todo muy rico. En la mesa de al lado, una china (que parecía ser la anfitriona de un puñado de ejecutivos occidentales) vestida de largo y lentejuelas, se las veía y se las deseaba para meterle mano al marisco vasco con cuchillo y tenedor...

 

Después de cenar pagamos (25 euros por cabeza sin vino) y salimos a la terraza a que me fumara un cigarro. La vista desde allí era verdaderamente chula.

 


Cuando salimos de allí, seguimos paseando, tranquilamente, mientras las tiendas iban cerrando (allí cierran bien tarde, entre 9 y 10:30). Sabía que Shanghai me iba a gustar, que no me iba a decepcionar. Después del paseo volvimos al hotel.





Guilin: El Río Li (Día 9)

Era mi cumpleaños, llovía, había neblina y el desayuno del hotel era una mierda... Mal empezamos. Nos recoje un autobús que nos tiene que llevar al puerto desde el que sale el barco hacia Yangshuo, el pueblito pesquero que es el final del paseo en barco. La vuelta se hace en autobús y, si has pagado las excursiones extra, éstas se hacen también a la vuelta.

 


El guía, Shao Ming, hablaba bastante bien inglés. En el puerto tuvimos que esperar un poco para embarcar, para variar, en una tienda. Yo creo que todos estos tiempos muertos en tiendas son a propósito. Los barcos salen en fila india, eran grandes y en la popa llevaban las cocinas. La comida era en el propio barco, porque el paseo duraba en torno a cuatro horas.

 


Al principio teníamos que estar sentados, mientras nos servían un té bastante malo. Mi única obsesión, mientras la de Mariko era felicitarme por todos y cada uno de los que no lo iban a hacer, era evitar a un grupo de españoles que iba en el barco también. Habíamos tenido el dudoso placer de volar desde Xi’an hasta Guilin con ellos y eran bastante ruidosos, chistosos (en el peor de los sentidos) y catetos. En especial uno de ellos que parecía empeñado en hacerse oir, pues debía considerarse muy gracioso.

 

En todo caso, el paseo en barco reparó todas las malas impresiones y le dio a mi cumpleaños exáctamente la dimensión que yo quería que tuviera, algo especial. Estaba lloviendo, sí, y había niebla, pero el paisaje que se adivinaba era espectacular, y además el tiempo le daba un tinte melancólico muy oportuno.











Me encantó. Además, era la primera vez que olíamos a verde en todo el viaje, y el olor era muy intenso. Lástima que al rato lo único que podíamos oler era la cocina del barco que llevábamos delante.

 

A la orilla del río dejábamos pequeños pueblecitos de pescadores y rebaños de ganado. Por lo visto, en algunos de estos pueblos todavía pescan con aves. No se qué pájaros son, pero están entrenados para pescar y llevar los peces a su dueño.

 


Los picos, de roca caliza, están completamente cubiertos de vegetación y son altos y estrechos, emergiendo casi directamente del río, en vertical. Algunos se perdían en la niebla y la humedad provocada por la lluvia acentuaba los contrastes. Era muy mágico cuando conseguías evitar escuchar al españolito gracioso.

 

La comida en el barco era bastante mediocre, aunque los tallarines se dejaban comer. Después de comer nuestro guía se acercó a nosotras y nos dijo que si queríamos hacer las excursiones extras, que no las teníamos contratadas pero que si queríamos, podíamos pagarlas y sumarnos al resto del grupo. Le dijimos que no, que nosotras queríamos volver directamente a Guilin.

 

Aquí empieza la política de presión, que puede derivar en la política de terror: Nos dijo que no podíamos volver directamente porque sólo tenía un autobús y que era para llevar al resto del grupo a las excursiones extra. Le dijimos, una vez más, que nosotras no queríamos hacer las excursiones y entonces nos dijo que bueno, que si queríamos podíamos volver por nuestra cuenta a Guilin. Le dijimos que de ninguna manera, que volveríamos en el autobús con el resto del grupo, a lo que dijo que el resto del grupo iba a hacer las excursiones extra y, que si queríamos, podíamos pagarlas e ir con ellos.

 

Le dijimos que no, que íbamos a volver en el autobús, que para eso habíamos pagado 50 pavos, y que no íbamos a pagar ni un euro (o yuan) más, que si teníamos que cerrar los ojos para no ver nada de las excursiones extra, los cerraríamos.

 

Yangshuo, el supuesto pueblito de pescadores, hoy por hoy ya no es tal cosa. Cuando nos bajamos del barco había dos señores, dos chinos ancianos, con sendos sombreros típicos chinos, sendas indumentarias de pescador y sendos palos a los hombros con dos pájaros pescadores cada uno.

 


Por supuesto, nuestra primera reacción fue hacer fotos, a ellos, con ellos... pero entonces me di cuenta de que después de hacer la foto, pedían dinero. Había un tercero encargado de recojer los beneficios.

 

No hice foto, por supuesto. El pueblo es bonito, aunque presumo que dejará de serlo pronto a la vista de cómo están construyendo. La calle principal es, una vez más, un mercadillo. Como en el resto de China, en este pueblo también hay un Kentuky Fried Chicken. Resulta alucinante que el KFC sea la primera cadena de comida rápida del país, así como Pizza Hut es la segunda. No hay ciudad ni pueblo que hayamos visitado que no tenga su KFC.

 

En este caso, el KFC era, además, el punto de encuentro. Nos dieron 40 minutos para pasear (y, por supuesto, comprar), al cabo de los cuales teníamos que encontrarnos en el KFC para volver al autobús.

 

Dimos un paseo para encontrar el International Youth Hostel y comprar un sombrero de pescador típico chino que se me había antojado. Me pidieron 150 yuanes por él y al final pagué 10 yuanes. El sombrero, en el momento del regateo no me había dado cuenta, venía equipado con su propio moho y todo. Un primor. Nótese que desde este momento en adelante, iré cargando con un sombrero típico chino allá donde vaya, lo que no es precísamente cómodo...



 


El pueblo está lleno de hoteles y hostales, además hay muchos locales con reclamos para escaladores, pues la zona debe de ser particularmente atractiva para hacer senderismo y escalada.

 

Cuarenta minutos después nos encontramos en el KFC y el guía nos condujo al autobús, donde, una vez más, intentó que nos sumásemos a las excusiones. Una vez más declinamos la oferta y entonces nos ofreció quedarnos en el pueblo durante una hora más mientras ellos iban a la primera de las excursiones.

 

Aprovechamos esa hora para volver a la calle principal y meternos en un café a tomar nuestros ya clásicos café latte y capuccino. En el café, junto a una atención estupenda, había internet gratuito, así que yo aproveché para conectarme un rato. Nos relajamos un poco y volvimos al punto de encuentro con el autobús.

 

Para la siguiente excursión, nos quedamos encerradas dentro del autobús, para asombro del conductor. Pero fue breve, en todo caso no más de 15 minutos, que aprovechamos para dormitar un poco.

 

De vuelta en Guilin, el guía intentó endiñarnos otra excursión, ésta gratuita, a otra fábrica de seda. ¡¡¡Noooooo!!! ¡¡¡Basta!!! Aprovechamos que otros se negaron a ir para bajarnos casi en marcha del autobús. Volvimos al hotel, descargamos y nos fuimos a dar un paseo.

 

La ciudad me pareció más agradable aquel día; volvimos a la calle peatonal a cenar en el restaurante que habíamos visto el día anterior. Entramos y nos condujeron al piso de arriba, que era más chulo que el de abajo. Nos sentamos junto a un ventanal y nos trajeron la carta. Aquella iba a ser mi oportunidad de probar cosas que desde hacía tiempo quería probar. Me habían dicho que probara las ranas y la serpiente y en aquella carta tenían esos platos, además de otro a base de carne de perro.

 

Estábamos esperando a que nos tomaran nota cuando uno de los camareros, zapato en mano, se abalanzó contra el suelo justo detrás de la silla de Mariko. Tras un fortísimo golpe con el zapato en el parqué, mi amiga Mariko, que se había vuelto para mirar, se giró hacia mi, con los ojos desorbitados. “No es una cucaracha, es una rata” Me dijo “¡¿Qué?!! Pero no tuve que esperar a la respuesta. Detrás de la silla de mi amiga, emergió el camarero, con la mano en alto de la que colgaba una pobre servilleta que intentaba, sin éxito, cubrir a una enorme rata que se balanceaba, muerta, por el rabo.

 

Nos miramos, nos levantamos y nos fuimos.

 


Entramos en otro sitio del que tuvimos que irnos también sin haber pedido porque yo estaba bastante descompuesta. Al final buscamos un sitio algo más turístico y limpio y allí cenamos; nada de rana ni de serpiente, se me habían quitado las ganas. Pedimos ternera, que estaba muy buena, aunque yo seguía con el cuerpo algo cortado.

 

Después de cenar paseamos un poco más, recorrimos de nuevo las tiendas y los mercadillos y volvimos al hotel a hacer las maletas, ya que al día siguiente volábamos a Shanghai.

martes, 1 de abril de 2008

Guilin: El Pico de la Belleza Solitaria (Día 8)





Bien temprano desayunamos las clásicas empanadillas e hicimos el check out para irnos al aeropuerto. En una hora y media de vuelo te plantas en Guilin desde Xi’an. Nuestro amigo se volvió a Beijing y no nos volvimos a ver hasta nuestro regreso a la Capital.

 

Guilin nos recibió con lluvia y nubes. No parecía que fuera a despejarse así que nos resignamos a la idea de que veríamos todo aquel paisaje imponente con una visibilidad del 2%...

 

En el mismo aeropuerto contratamos la excursión al día siguiente, pues al otro por la mañana volábamos a Shanghai. La excursión, que se hace en barco por el río Li dura todo el día, incluye la comida y son 50 euros por cabeza. Nos ofrecen incluir en la excursión otros puntos de interés, pero hay que pagar más y decimos que no. A fin de cuentas llevamos a nuestra espalda la experiencia de Xi'an... En mi opinión, Guilin se ha subido a la parra. No es tanto el precio de la excursión, sino que, en comparación, la ciudad me pareció cara para los estándares de China.

 

La misma señorita con la que contratamos la excursión en barco nos encaramó a un aurobús que nos cobró 2 euros y nos dejó cerca de nuestro hotel.

 

El hotel de Guilin fue la única gran decepción que hemos tenido en materia de hoteles... El New Plaza Hotel huele a rancio ya en la recepción. La llave no es de tarjeta, que es lo de menos, porque cuando entras en la habitación todo lo demás no importa. Holía a tabacazo y a cerrado que echaba para atrás. Además, tanto en la habitación como en el baño, y esto era lo más inquietante, había una serie de objetos en venta (entre 10 y 20 yuanes cada uno). Objetos como condones, bragas + condón, calzoncillos + condón, aceites lubricantes tanto masculinos como femeninos, toallas higiénicas y esterilizadas...

 


En resumen, que obviamente este hotel vivía de alquilar las habitaciones por horas.

 

Lo cierto es que mi primer impulso fue huir, huir al International Youth Hostel más cercano, pero al final, y tras comprobar que en lo esencial estaba limpio, decidimos quedarnos. Abrimos las ventanas para que la lluvia purificadora se llevara aquel olor y lo ayudamos con un poco de desodorante a granel.

 

Echamos un vistazo a la Lonely Planet y nos tiramos a la calle, locas por salir de aquella habitación sórdida. Nos fuimos a buscar el Pico de la Belleza Solitaria, que resultó estar dentro de un recinto que en otro tiempo no se qué sería, pero que hoy es algo así como  una campus universitario.

 

A nosotras, que pinta de universitarias ya no tenemos, nos cobraron 5 pavos la entrada al recinto.

 

Entramos muertas de hambre con la confianza de que no tardaríamos en encontrar un puesto de comida, ya que lo habíamos encontrado en todos los demás Hi Lights. Pues no hubo forma, oiga. En el plano que nos habían dado aparecía un símbolo que indicaba la existencia de un restaurante nada más entrar en el recinto, a la izquierda. Pues preguntamos en cada uno de los pabellones que vimos en la zona. Dejando aparte que no nos entendimos ni lo más mínimo, no conseguimos que nadie nos echara nada de comer.

 

Decidimos recorrer aquello, ya que estábamos, pero tengo que decir que yo ya estaba un poco a la contra. El sitio es bonito, o quizá más fotogénico que bonito, porque en las fotos parece más de lo que realmente era ¿O es que el hambre nublaba mi razón? En fin. Llegamos al Pico de la Belleza Solitaria, que es curiosón, más que bello, pues es un picacho que se alza aislado en medio de la ciudad, y a la Cueva de la Lectura, que consiste en una pared del mismo picacho con inscripciones. 

 




Continuamos nuestro paseo y encontramos algo parecido a un comedor universitario y al lado una suerte de cafetería en obras. Lo único que servían era zumo de naranja y salchichas.

 

Pedimos uno de cada para cada una y se nos vino el alma a los pies cuando probamos aquella salchicha monda y lironda: estaba fría, dulzona y súmamente grasienta. Probáblemente la segunda peor experiencia gastronómica del viaje. La primera, ganadora del título por goleada, la tuvimos al día siguiente.

 

Desesperadas por comer algo decente en un país donde la comida en general está tan buena y hay tanta variedad, salimos del recinto universitario y nos zambullimos en una zona comercial, mercadillo, calle peatonal... incluso una plaza donde estaban poniendo “Charlie y la fábrica de chocolate” (en un perfecto chino) en una pantalla gigante. La plaza estaba dispuesta en forma de anfiteatro, con gradas en el suelo. Lo de las pantallas gigantes allí es alucinante, pero lo más impresionante es el audio, que se oye perfectamente, a pesar del ruido y de la distancia.

 


En la calle peatonal elegimos un restaurante e hicimos una merienda cena. Allí vimos por primera vez los servicios precintados. Me explico: se ve que en China les gusta tan poquito eso de fregar, que los restaurantes contratan empresas que les recogen los platos y palillos sucios, se los lavan, se los precintan y se los devuelven. Después de comer, y en la misma calle peatonal, nos sentamos en un café y nos tomamos un café latte y un capuccino respectivamente, tranquilamente.

 


Desde donde estábamos sentadas se divisaba un restaurante con una decoración muy minimal, muy moderna, en madera oscura, que nos gustó. También se veía una tienda que parecía tener unos vestidos muy monos, así que cuando terminamos nuestro café nos acercamos a echar un vistazo. Efectivamente, la ropa que tenían es muy chula. El clásico diseño que en Divina Providencia te puede costar entre 100 y 200 euracos, aquí nos costaba entre 20 y 30 euros, y encima bien cortados...

 

Nos probamos media tienda y salimos de allí con tres vestidos y un abrigo. Mariko me regaló un vestido porque al día siguiente era mi cumple.

 

Volvimos paseando hacia el hotel, por un mercadillo en el que estuvimos mirando, regateando y a veces, hasta comprando. En una plaza grande había un edificio muy grande cuya fachada entera era una cascada enorme. La foto, que recojemos en este blog, está dedicada a nuestro amigo el griego. Cuando llegamos era bastante pronto, pero lo peor es que allí no había nada que pudiéramos hacer. Las luces de la habitación eran dos y tan ténues que tuvimos que dejarnos varias dioptrías para poder, al menos, leer. Guilin me estaba gustando sólo regular... suerte que, al menos, en la tele, encontramos que ponían “Tiburón” en versión original con subtítulos en chino...


viernes, 28 de marzo de 2008

Xi'an: Guerreros de Terracota y Muralla (día 7)


Ya he dicho antes que conviene hacer caso de la Lonely Planet cuando recomienda que uno se cerciore de que las excursiones no incluyen shoping antes de contratarlas.

 

Bien, lo digo con conocimiento de causa... En Xi’an nos la metieron pero bien doblada... Contratamos la excursión en el mismo hotel en el que estábamos alojados. Después de mucho debatir nos decidimos por una excursión que incluía el Poblado Neolítico de Ban Po y la visita a la tumba del Emperador Qin.

 

Pues bien, aquella mañana nos despertamos temprano, desayunamos y nos subimos en la ya clásica furgoneta de excursiones. Tengo que decir que este grupo era aún peor que aquel de Beijing para ver la muralla. Llevábamos a auténticos mentecatos con nosotros. En particular unos canadienses que descubrían el mundo y la vida a cada paso que daban...

 

Primera parada en el Poblado Neolítico. Es bastante interesante y está muy bien conservado. Llama la atención que los ritos para los enterramientos sean tan similares a los del Neolítico del mundo occidental... El poblado tiene unos 6.000 años de antigüedad y se conservan cerámicas, restos humanos y armas. La exhibición cuenta también con explicaciones en 3D de cómo se construían estas viviendas.

 


De allí nos llevaron, sin comerlo ni beberlo, a la fábrica de reproducciones de Guerreros de Terracota. De alguna manera todos nos preguntamos qué narices hacemos allí. A nadie le interesa cómo se hacen las reproducciones que se venden en la calle, máxime cuando se hacen con un molde... La respuesta llega rápido, al entrar en la tienda de la fábrica donde, por cierto, todo es bastante más caro que en cualquier otro lugar...

Nos hicimos la foto tonta de Guerreros y nos fuimos.

 


Con el mosqueo nos llevan a ver la Tumba del Emperador Qin, o eso pensamos. En realidad, lo que nos llevan a ver es una suerte de barraca de feria (lástima que no dejaran hacer fotos) llena de luces de navidad, maniquíes, música estrambótica y una explicación bastante raquítica de cómo este emperador unificó el país. En resumen: una horterada que no era, estoy segura, ni de lejos, la tumba de nadie...

 

La siguiente parada fue para comer. En un restaurante que estaba junto a una reproducción horrible de una efigie y una pirámide egipcias. La comida fue de lo peor de todo el viaje. Lo único que valía la pena era la ternera. El pescado (carpa agridulce) no tenía naaada que ver con el que probamos el primer día. Estaba frío como si lo hubieran hecho hace una semana...

 

Además nos racanearon las bebidas: mientras que la Coca-Cola estaba incluida, la Coca-Cola Light no lo estaba...

 

Cuando acabamos de comer la Guía vino a por nosotros y nos llevó andando a la fábrica de seda que había justo al lado del restaurante. Bastante mosqueados le dijimos que no queríamos comprar nada, que lo que queríamos era ir a ver los Guerreros.

 

Se excusó diciendo que el conductor aún no había terminado de comer y que no teníamos que comprar nada si no queríamos (¡Sólo faltaba!). Allí que nos metió. El caso es que los 7 minutos que dura la exposición de cómo se extrae la seda de los capullos de los gusanos era muy interesante. Y cómo hacen los edredones de seda y todo... Pero ya digo que eso dura 7 minutos. Y de allí te conducen a la tienda. Medias sonrisas con sorna, etc.

 

En la tienda, al final, te dejan encerrado casi media hora, aunque les hayas dicho que no vas a comprar nada. ¿Por qué? Pues porque al final siempre hay alguien que pica... Y eso que es todo bastante más caro que fuera. Yo le dije a la guía que quería salir a fumar y me dijo que no podíamos salir porque no quería que nos desperdigáramos... Como si pudiéramos ir muy lejos. Le dije que no me iba a mover de la puerta, que solo quería fumar, y me dijo que podía fumar allí mismo, en la tienda, con toda la seda y la parafernalia.

 

Por fin, última parada: los Guerreros de Terracota, que son muchos y de barro, se confirma. Efectivamente allí está el tipo que los encontró, firmando catálogos y cobrando por hacerte una foto con él. Pobre hombre, se tendrá que ganar el pan de algún modo, ya que de su hallazgo no se llevó nada propiamente dicho...

 


Hay un video del año maricastaña, de estos que ves en una pantalla circular, que te cuenta cómo se hicieron los guerreros y qué pasó con la tumba antes de ser encontrada.

 


Cuando fuimos nosotras estaba cerrado el pabellón 2 que, por lo visto, es uno de los más interesantes. Una pena, pero tampoco un drama. Vale que son todos distintos, pero tampoco es que haya que verlos todos uno por uno...

 


Los guerreros de la parte delantera están reconstruidos, restaurados y en pie, aunque no los han pintado. Los de la parte de atrás se conservan como se encontraron: un montón de fragmentos de barro rotos. La guía nos dijo que los habían querido dejar así para atestiguar el estado en el que fueron encontradas las piezas. Yo creo que se hartaron de pegar pedazos...

 

Originalmente las figuras estaban también pintadas y alguna que otra conserva los restos de pintura.

 

Además de los pabellones hay un museo con las armas de bronce y otras piezas de metal.

 

Cuando nos devolvieron a Xi’an, entre pitos y flautas, lejos de ser las cuatro de la tarde, hora que nos habían dicho, eran las cinco y media. No nos daba tiempo a ir a ver la Gran Mezquita, así que nos quedamos en la muralla. Hay que pagar entrada, pero el paseo merece la pena. La muralla es muy ancha y está muy bien conservada. Por la noche la iluminan con farolillos rojos y está muy bonita.

 


La calle que corre justo al lado es muy tranquila y las casas están todas rematadas con el tejado estilo pagoda. Llegamos hasta la esquina oeste desde la Puerta Sur y volvimos por abajo, por la calle hasta el Youth Hostel para ver el bar y tomar algo allí. El bar es de lo más agradable y acogedor, con un ambiente magnífico.

 

Volvimos al hotel y miramos en internet un buen sitio para salir a cenar en Xi’an y la sugerencia fue un sitio, cerca de la Torre de la Campana, donde, por lo visto, hacen unas de las mejores empanadillas de la zona: De Fa Chang (http://travel.nytimes.com/travel/guides/asia/china/xian/restaurant-detail.html?vid=1154663253103). Digo “por lo visto” porque, de nuevo, salimos demasiado tarde para cenar en un restaurante.

 

Ni cortos ni perezosos nos fuimos al barrio árabe donde nos metimos en el primer restaurante de aspecto cutre que nos llamó la atención. Pinchos morunos, pitas... Allí cenamos la comida más picante que he probado en todos los días de mi vida. Acabamos con los labios que no podíamos ni hablar... La mezcla del picante árabe y el picante chino tiene como resultado un sabor delicioso, pero apto sólo para valientes... ¡Llegamos a plantearnos si no sería una broma pesada de los chinos y todo!