miércoles, 2 de abril de 2008

Guilin: El Río Li (Día 9)

Era mi cumpleaños, llovía, había neblina y el desayuno del hotel era una mierda... Mal empezamos. Nos recoje un autobús que nos tiene que llevar al puerto desde el que sale el barco hacia Yangshuo, el pueblito pesquero que es el final del paseo en barco. La vuelta se hace en autobús y, si has pagado las excursiones extra, éstas se hacen también a la vuelta.

 


El guía, Shao Ming, hablaba bastante bien inglés. En el puerto tuvimos que esperar un poco para embarcar, para variar, en una tienda. Yo creo que todos estos tiempos muertos en tiendas son a propósito. Los barcos salen en fila india, eran grandes y en la popa llevaban las cocinas. La comida era en el propio barco, porque el paseo duraba en torno a cuatro horas.

 


Al principio teníamos que estar sentados, mientras nos servían un té bastante malo. Mi única obsesión, mientras la de Mariko era felicitarme por todos y cada uno de los que no lo iban a hacer, era evitar a un grupo de españoles que iba en el barco también. Habíamos tenido el dudoso placer de volar desde Xi’an hasta Guilin con ellos y eran bastante ruidosos, chistosos (en el peor de los sentidos) y catetos. En especial uno de ellos que parecía empeñado en hacerse oir, pues debía considerarse muy gracioso.

 

En todo caso, el paseo en barco reparó todas las malas impresiones y le dio a mi cumpleaños exáctamente la dimensión que yo quería que tuviera, algo especial. Estaba lloviendo, sí, y había niebla, pero el paisaje que se adivinaba era espectacular, y además el tiempo le daba un tinte melancólico muy oportuno.











Me encantó. Además, era la primera vez que olíamos a verde en todo el viaje, y el olor era muy intenso. Lástima que al rato lo único que podíamos oler era la cocina del barco que llevábamos delante.

 

A la orilla del río dejábamos pequeños pueblecitos de pescadores y rebaños de ganado. Por lo visto, en algunos de estos pueblos todavía pescan con aves. No se qué pájaros son, pero están entrenados para pescar y llevar los peces a su dueño.

 


Los picos, de roca caliza, están completamente cubiertos de vegetación y son altos y estrechos, emergiendo casi directamente del río, en vertical. Algunos se perdían en la niebla y la humedad provocada por la lluvia acentuaba los contrastes. Era muy mágico cuando conseguías evitar escuchar al españolito gracioso.

 

La comida en el barco era bastante mediocre, aunque los tallarines se dejaban comer. Después de comer nuestro guía se acercó a nosotras y nos dijo que si queríamos hacer las excursiones extras, que no las teníamos contratadas pero que si queríamos, podíamos pagarlas y sumarnos al resto del grupo. Le dijimos que no, que nosotras queríamos volver directamente a Guilin.

 

Aquí empieza la política de presión, que puede derivar en la política de terror: Nos dijo que no podíamos volver directamente porque sólo tenía un autobús y que era para llevar al resto del grupo a las excursiones extra. Le dijimos, una vez más, que nosotras no queríamos hacer las excursiones y entonces nos dijo que bueno, que si queríamos podíamos volver por nuestra cuenta a Guilin. Le dijimos que de ninguna manera, que volveríamos en el autobús con el resto del grupo, a lo que dijo que el resto del grupo iba a hacer las excursiones extra y, que si queríamos, podíamos pagarlas e ir con ellos.

 

Le dijimos que no, que íbamos a volver en el autobús, que para eso habíamos pagado 50 pavos, y que no íbamos a pagar ni un euro (o yuan) más, que si teníamos que cerrar los ojos para no ver nada de las excursiones extra, los cerraríamos.

 

Yangshuo, el supuesto pueblito de pescadores, hoy por hoy ya no es tal cosa. Cuando nos bajamos del barco había dos señores, dos chinos ancianos, con sendos sombreros típicos chinos, sendas indumentarias de pescador y sendos palos a los hombros con dos pájaros pescadores cada uno.

 


Por supuesto, nuestra primera reacción fue hacer fotos, a ellos, con ellos... pero entonces me di cuenta de que después de hacer la foto, pedían dinero. Había un tercero encargado de recojer los beneficios.

 

No hice foto, por supuesto. El pueblo es bonito, aunque presumo que dejará de serlo pronto a la vista de cómo están construyendo. La calle principal es, una vez más, un mercadillo. Como en el resto de China, en este pueblo también hay un Kentuky Fried Chicken. Resulta alucinante que el KFC sea la primera cadena de comida rápida del país, así como Pizza Hut es la segunda. No hay ciudad ni pueblo que hayamos visitado que no tenga su KFC.

 

En este caso, el KFC era, además, el punto de encuentro. Nos dieron 40 minutos para pasear (y, por supuesto, comprar), al cabo de los cuales teníamos que encontrarnos en el KFC para volver al autobús.

 

Dimos un paseo para encontrar el International Youth Hostel y comprar un sombrero de pescador típico chino que se me había antojado. Me pidieron 150 yuanes por él y al final pagué 10 yuanes. El sombrero, en el momento del regateo no me había dado cuenta, venía equipado con su propio moho y todo. Un primor. Nótese que desde este momento en adelante, iré cargando con un sombrero típico chino allá donde vaya, lo que no es precísamente cómodo...



 


El pueblo está lleno de hoteles y hostales, además hay muchos locales con reclamos para escaladores, pues la zona debe de ser particularmente atractiva para hacer senderismo y escalada.

 

Cuarenta minutos después nos encontramos en el KFC y el guía nos condujo al autobús, donde, una vez más, intentó que nos sumásemos a las excusiones. Una vez más declinamos la oferta y entonces nos ofreció quedarnos en el pueblo durante una hora más mientras ellos iban a la primera de las excursiones.

 

Aprovechamos esa hora para volver a la calle principal y meternos en un café a tomar nuestros ya clásicos café latte y capuccino. En el café, junto a una atención estupenda, había internet gratuito, así que yo aproveché para conectarme un rato. Nos relajamos un poco y volvimos al punto de encuentro con el autobús.

 

Para la siguiente excursión, nos quedamos encerradas dentro del autobús, para asombro del conductor. Pero fue breve, en todo caso no más de 15 minutos, que aprovechamos para dormitar un poco.

 

De vuelta en Guilin, el guía intentó endiñarnos otra excursión, ésta gratuita, a otra fábrica de seda. ¡¡¡Noooooo!!! ¡¡¡Basta!!! Aprovechamos que otros se negaron a ir para bajarnos casi en marcha del autobús. Volvimos al hotel, descargamos y nos fuimos a dar un paseo.

 

La ciudad me pareció más agradable aquel día; volvimos a la calle peatonal a cenar en el restaurante que habíamos visto el día anterior. Entramos y nos condujeron al piso de arriba, que era más chulo que el de abajo. Nos sentamos junto a un ventanal y nos trajeron la carta. Aquella iba a ser mi oportunidad de probar cosas que desde hacía tiempo quería probar. Me habían dicho que probara las ranas y la serpiente y en aquella carta tenían esos platos, además de otro a base de carne de perro.

 

Estábamos esperando a que nos tomaran nota cuando uno de los camareros, zapato en mano, se abalanzó contra el suelo justo detrás de la silla de Mariko. Tras un fortísimo golpe con el zapato en el parqué, mi amiga Mariko, que se había vuelto para mirar, se giró hacia mi, con los ojos desorbitados. “No es una cucaracha, es una rata” Me dijo “¡¿Qué?!! Pero no tuve que esperar a la respuesta. Detrás de la silla de mi amiga, emergió el camarero, con la mano en alto de la que colgaba una pobre servilleta que intentaba, sin éxito, cubrir a una enorme rata que se balanceaba, muerta, por el rabo.

 

Nos miramos, nos levantamos y nos fuimos.

 


Entramos en otro sitio del que tuvimos que irnos también sin haber pedido porque yo estaba bastante descompuesta. Al final buscamos un sitio algo más turístico y limpio y allí cenamos; nada de rana ni de serpiente, se me habían quitado las ganas. Pedimos ternera, que estaba muy buena, aunque yo seguía con el cuerpo algo cortado.

 

Después de cenar paseamos un poco más, recorrimos de nuevo las tiendas y los mercadillos y volvimos al hotel a hacer las maletas, ya que al día siguiente volábamos a Shanghai.

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